[TRIBUNA] ‘¿Cuántas vidas salva correr?’
Por Juan Manuel Botella
[vcr_dropcap size=»5″]C[/vcr_dropcap]uántas vidas salva correr? ¿Cuántos infartos, cuántas patologías relacionadas con el corazón, el exceso de peso, problemas circulatorios y depresiones ha prevenido la carrera a pie en España?
Dos personas fallecieron en el Maratón Vías Verdes Ojos Negros el pasado domingo. La noticia no puede ser más horrible para sus familias. No conozco a un solo corredor popular o de élite que estas horas no sienta esas muertes como la de alguien cercano, como la de un compañero de fatigas.
Se han encendido las alarmas en este mundo de redes sociales donde la información fluye y refluye –afortunadamente– aunque no todos sabemos interpretarla. ¿Es sano correr? ¿Se debería pedir un certificado médico para competir? ¿Qué dirán autopsias? Los políticos, tan remisos para tomar decisiones en otros ámbitos, apuntan a bote pronto que sí, que algo urgente hay que hacer, un protocolo, una normativa, un reglamento. Atemos en corto a los organizadores que se lucran en el negocio de las carreras populares sin pensar en los corredores, insinúa alguien en un off the record con la prensa.
Vaya por delante que no soy médico y encima mi interés es particular: trabajo como el gerente de un club que organiza un maratón y un medio maratón. Vamos, que nadie es puro, nadie llega a este debate sin mochila. Pero basta con mirar la hemeroteca para darse cuenta de que un chequeo o una prueba de esfuerzo no garantiza la erradicación, por ejemplo, de la muerte súbita. Jugadores de fútbol de Primera División han muerto en el campo, y más controles profesionales que ellos no pasa ni el vigente campeón olímpico de maratón, el ugandés Stephen Kiprotich. En realidad estamos huérfanos de estudios significativos que demuestren que la carrera a pie es un factor de riesgo mayor que tomarse tres cubatas en una fiesta, sobre todo si hablamos de personas con patologías ocultas. Quien diga lo contrario, miente.
Si de lo que se trata es de dormir con la conciencia más o menos tranquila dictando nuevas leyes y normativas, puede colar durante un tiempo que exijamos un certificado médico para correr. Las autoridades podrán decir que hemos hecho algo. Pero entonces nos enfrentaremos a nuevos dilemas: ¿Qué médicos firmarán? ¿Cómo verificaremos que esos médicos están colegiados en el caso de participantes extranjeros? ¿No basta echar un vistazo a Google para ver que los foros de corredores están plagados de mensajes pidiendo ayuda para falsificar certificados y competir en el Maratón de Roma o de París y ahorrarse los 50, 60 ó 70 euros que cuesta? ¿De quién será la responsabilidad de determinar la autenticidad: del organizador, del corredor, incluso de la Federación de Atletismo que ampara los maratones de 42,195 kilómetros en su calendario previo pago de 5 euros por persona inscrita en concepto de licencia de día? ¿Habrá que sacar a concurso público la concesión para expedir esos certificados como si las clínicas fueran una ITV? Y después de legislar, arbitrar y gestionar toda esa normativa, después de complicarle la vida al corredor, ¿de verdad habremos salvado vidas?
He trabajado muchos años como periodista y comprendo el interés que la cuestión suscita entre los medios. No hay que tener miedo a poner en duda todo con mayúsculas. Incluso los prejuicios. Conviene por eso recordar que ni siquiera a los atletas federados se les pide una prueba de esfuerzo para competir, y que el maratón, por más que tenga 42 kilómetros y 195 metros, no es una matanza o una epidemia siempre que se esté preparado. Ir en coche a cenar un viernes por la noche es estadísticamente más arriesgado que correrla. Un dato: se han registrado cuatro muertes de atletas en doce meses –en la Behobia, en Benidorm y en Ojos Negros, un año inusualmente malo– cuando hubo un millón de españoles que en 2015 participó en pruebas de más de 10.000 metros. ¿Cuántas vidas se salvan y cuánto dinero se ahorra la sanidad pública española gracias a esa población runner de casi un millón de personas?
Correr es salud. Maratón es salud. Cualquier otra interpretación, al menos en términos estadísticos, es incorrecta. No digo que nos quedemos de brazos cruzados ante la tragedia, claro que no. La responsabilidad individual para identificar qué retos se ajustan a nuestro entrenamiento es el nudo gorgiano del asunto. Por eso concienciar, educar al atleta en la búsqueda de profesionales deportivos que lo orienten es más eficaz que interponer requisitos médicos que acabarán convirtiéndose en puro trámite, en solución fallida, en parche político.
Si las autoridades quieren verdaderos protocolos para salvar vidas, que no se fijen sólo en las carreras ni en los deportistas, porque tal vez el colectivo de no deportistas es el que más control necesita. Afrontemos con valentía un debate amplio y riguroso para que todos los ciudadanos a partir de los 35 años pasen, si quieren, chequeos profundos que les guíen cuando corran, jueguen al padel, paseen, hagan el pino o salgan de fiesta. O sea, chequeos para vivir en salud. Que todos estemos al tanto de lo que podemos y no podemos hacer; que el sedentario sepa que debe hacer ejercicio; que el corredor que sufra un Wolf Parkinson White esté avisado también. Vivir es arriesgado, cumplir años es arriesgado. Pero correr es bastante menos peligroso que quedarse en el sillón. Por cierto, Carlos Lopes padecía Wolff Parkison White, y fue campeón olímpico y plusmaquista mundial de maratón. Hoy transmite la pasión de correr a sus nietos.
Juan Manuel Botella, gerente de la SD Correcaminos y 31 años corriendo como popular.